Quiero empezar contándoles un poco de mi experiencia, cuando hace algunos años, el activismo se convirtió en un eje central de mi vida. En el 2017 cofundé una colectiva feminista que ofrece actividades y talleres gratuitos a mujeres y hombres, para sumar a este movimiento. Fue una experiencia bellísima y transformadora. Durante esta etapa, el feminismo comenzó a guiar mi pensamiento y, por consiguiente, mi manera de actuar, hablar, sentir, vestir, relacionarme, de vivir.
Creí que quería ser una “buena feminista”, ser congruente en la teoría y en la práctica, ser un ejemplo. Comencé a cuestionarme todo y a todos y sin ser consciente caí en un extremo en el que me volví intolerante con todo lo que fuera ajeno a mi manera de vivir el feminismo. Por supuesto que esto permeó en mis relaciones, pero principalmente aquellas con los hombres. En ocasiones era incómodo convivir con ellos y sentir la presión de defender mi discurso en todo momento. A pesar de mi esfuerzo por ser la “feminista perfecta”, fracasé. Y no lo digo como algo negativo, porque también gané.