Siempre supe que canalizaba la mayor parte de mis emociones en el estómago. Los nervios, la sorpresa, la tristeza, la alegría, la vergüenza, el enojo. No es que fuera una persona reactiva, sino que todo lo guardaba en mi estómago. De hecho no expresaba mi estrés. Pero no me había dado cuenta que estaba afectando a mi cuerpo a tal grado de causarle un síndrome con el que probablemente viviré por siempre. Cuando el doctor me dijo que podía ayudarme con medicamentos, pero que en alguien tan joven como yo la mayor parte del problema viene del estrés y las emociones, fue la más grande de las revelaciones.
Fue tan extraño que un especialista me recomendara acudir a la meditación y a la yoga. Pensé que eran polos opuestos. Acompañado, claro, de una serie de medicamentos y una gran lista de restricciones alimenticias, comenzó mi camino hacia la meditación. Un poco reacia la verdad porque preferí comenzar el tratamiento y dejar la meditación de lado. "Después, ya que me sienta mejor", le decía a mi mamá quien era la más insistente, pues ella es la más disciplinada con sus prácticas de yoga.
Tomaba y tomaba las pastillas religiosamente y dolor continuaba. Y en uno de esos momentos de debilidad acepté que mi mamá me inscribiera en un reto de meditación, específicamente enfocado en trabajar el amor propio. Yo escéptica así de mmm esto es demasiado New Age para mí, lol. Pero bueno.