Cynthia Erivo hace un hermoso contraste con su entorno. Se desliza en el banco junto a mí en la panadería de tamaño industrial donde nos encontramos, su pequeña estatura contrasta con la inmensidad harinosa del espacio. Contra el telón de fondo de los estantes sin pretensiones, repletos de panes recién horneados, el outfit de Erivo es un exquisito despliegue de estilo (punto, tweed, metal, cinturones, hebillas, piercings en las orejas y un septum en la nariz) y color (rojo, amarillo y verde). Pide un té de hierbas, aparentemente ajena a los mostradores repletos de roles de canela y croissants azucarados rellenos de crema. En la línea de trabajo de Erivo ser enfocada y disciplinada no es opcional. Nos encontramos antes del inminente estreno de Wicked, la adaptación cinematográfica de la novela de Gregory Maguire convertida en musical, que ha conquistado al público de Broadway y el West End durante más de dos décadas. Ahora, mientras protagoniza su gran adaptación en live-action, Erivo sigue asimilando todo.
“Físicamente, fue de lo más difícil que he hecho, de verdad”, confiesa. “Hice todas mis acrobacias: los saltos, el vuelo... Suena fácil, pero esos 20 segundos en pantalla toman horas de grabación. Así que ahí estoy, colgada de un arnés apretadísimo durante horas”, dice con énfasis. Erivo es una narradora nata. Al notar mi cara de terror ante la idea de pasar horas en un arnés ajustado, sigue con la historia. “Piensa en la palabra ‘rozadura’”, dice, pensativa. “Suena chistoso, pero en realidad es la fricción constante del material que te va desgastando la piel, así que básicamente es como una quemadura superficial.” Y, añade con una sonrisa resignada, “te pasa una y otra vez. Tienes que encontrar la manera de seguir adelante. Esa fue mi vida por meses”.