¿Qué tan alto puede volar la Alta Costura, ese espacio que define el sueño inalcanzable, un hechizo de savoir-faire que todos, en algún momento, anhelamos que nos seduzca? Para Daniel Roseberry, la respuesta es clara: puede llegar hasta el sol sin correr el riesgo de caer al mar, como le sucedió al desafortunado Ícaro, cuyo nombre inspira el desfile de Alta Costura Primavera-Verano 2025 de Schiaparelli. “Estoy cansado de que todos asocien modernidad con simplicidad”, escribió el director creativo en una nota previa al desfile, adelantando que este show sería todo menos tibio.
La Alta Costura de Schiaparelli inaugura la Semana de la Alta Costura de París
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Después de todo, la Alta Costura es la quintaesencia del lujo: una alquimia de excelencia artesanal y creatividad destinada a un mercado exclusivo, un destilado de estilo y visión que hace soñar al mundo entero, trascendiendo barreras económicas. Es un espectáculo que se permite tiempo y libertad para atreverse y experimentar, mezclando pasado y presente, a través del saber hacer de los pocos ateliers que cumplen con las estrictas reglas impuestas por la Chambre Syndicale.
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Temporada tras temporada, Schiaparelli eleva el estándar un poco más: entre el homenaje al surrealismo de su fundadora y la meticulosa elaboración de telas preciosas que se transfiguran en prendas que podrían lucir igual de bien en una alfombra roja o en las salas del Louvre. La pasarela se convierte en un escaparate de virtuosismo técnico, rindiendo homenaje a los grandes diseñadores del pasado —de Charles Frederick Worth a Madame Grès, de Paul Poiret a Yves Saint Laurent y Azzedine Alaïa—, en gestos creativos que conectan el legado histórico con un presente deliberadamente elaborado.
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Un corsé de seda nacarada con anatomía enfatizada; un vestido de cóctel simple, cargado de cuentas y bordados esmaltados que evocan una chaqueta creada por Elsa en los años 40, terminando en una falda de diseño godet; la transformación de arcos plásticos y sinuosos, encontrados en reliquias olvidadas de un anticuario parisino, en una cola bordada que convierte un vestido en una obra de arte.
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“Diseñar ropa, incluso de paso, no es una profesión, sino un arte”, decía Madame Schiap. “Es uno de los artes más difíciles y desalentadores porque, en cuanto nace un vestido, ya pertenece al pasado. Un vestido no permanece ligado al mito como una pintura, ni vive la existencia intacta y preservada de un libro”. Así, el verdadero desafío de Daniel Roseberry parece ser conectar el pasado con el presente, lo barroco con lo contemporáneo; en un cortocircuito de piezas exclusivas que el director creativo describe como “art déco líquido”.
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Un vestido de terciopelo con espectaculares remolinos se combina con botas tejanas ; un blazer corsé culmina en un volante de tul; las siluetas sinuosas de los años veinte y treinta toman forma con georgette de seda bordada con cuentas japonesas, montadas sobre corsés de toile francesa que acentúan las caderas.
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Más aún, chaquetas de hombros anchos inspiradas en la pre-guerra de Schiap se alargan sobre faldas columna de satén doble y cortado al bies, mientras que un vestido baby-doll con línea trapecio se elabora en satén de cuero, enriquecido con bordados tridimensionales con símbolos de la casa y gotas de cuarzo ahumado. Incluso a través de una pantalla fría, es inconfundible la maestría del atelier, que sumerge plumas en glicerina para darles peso y las pincela con queratina, obteniendo una textura similar a la de los trajes de Ginger Rogers en los años treinta (un efecto que en ese entonces se lograba con piel de mono, favorita de Schiap). Además, construyen corsés de toile cubiertos con lana, algodón y satén de seda elástica, creando prendas que siguen siendo obras de arte.
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“La Alta Costura nace del amor, claro. Pero también conlleva un sentido del deber. Nunca olvido que tengo el privilegio de liderar lo que quizá sea la última gran Maison resucitada”, concluye Daniel Roseberry en las notas de la colección. “Es una alegría, pero también una responsabilidad, mejorar siempre. La Alta Costura aspira a alturas extraordinarias; promete una escapatoria ante la complejidad de nuestra época. Y nos recuerda que la perfección tiene un precio. ¿Qué tan alto podemos llegar, los couturiers? Hasta el sol, y hasta donde los dioses nos permitan ascender”.
Y a nosotros nos queda soñar…
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Este artículo se publicó por primera vez en ELLE Italia .