La mañana después del gran robo, me desperté con una profunda sensación de fatalidad, además de una resaca horrible. Mi esposo trató de tomárselo a broma, pero yo sabía mejor, conocía mejor a Katie. A medida que la noche volvía a mí en fragmentos ardientes y horribles de memoria, armé un panorama desolador. Encontré la crema de manos en mi bolso y me estremecí. ¿Quién era esta persona, con esta crema de manos en su bolso? ¿Este desastre caótico que trató a su amiga con tanto desprecio? Me senté en el sofá y sollozé. Sentí, por primera vez en mi vida, que no sabía quién era, que estaba a millones de kilómetros de la mujer que esperaba ser.
Intenté limpiar el desastre. Compré flores y las dejé en su puerta. Me disculpé profusamente por mensaje, pero eso no fue suficiente para ella. Y no porque fuera grosera, sino porque sabía que algo más grande estaba pasando. Quería hablar. Fijamos una hora, y sentí como si estuviera a punto de ser abandonada.
—Bueno —dijo calmadamente—. Eso fue muy fuera de lugar. Tuve que estar de acuerdo. Y de repente, apareció un destello de esperanza: para la amistad y para mí, porque la forma en que Katie manejó lo sucedido fue el comienzo de mi recuperación. No solo dijo que estaba bien, pero tampoco dijo que nuestra amistad había terminado. Dijo: “Emma, te he visto así antes”. Fue impactante escuchar eso, sobre todo porque no era consciente de haber estado así antes. Curioso cómo hay cosas que no vemos de nosotros mismos, cosas que necesitamos que una amiga note. “Actuaste así cuando tuviste depresión posparto en 2017, y también antes de eso, cuando estabas con el corazón roto en 2013. Tenías la misma mirada y dijiste las mismas cosas tontas”, explicó.
Que alguien te presente pruebas de patrones que abarcan décadas es como recibir una salvaje rama de bondad, especialmente cuando has sido tan hiriente con esa persona. Es un privilegio y un regalo. Katie dijo que podía ver que estaba estresada, traumatizada y al borde de estar muy enferma. Y tenía razón. Dijo que quería apoyarme y ayudarme a resolverlo. Necesitaba controlar el alcohol mientras tomaba antidepresivos. Necesitaba reestructurar mi vida laboral y mi arreglo financiero con mi esposo. Ahora me doy cuenta de que arriesgó mucho al decirme esas cosas. Nadie quiere escuchar que ha recaído.
Katie tuvo el coraje de poner mi locura en contexto. Me levantó desde el fondo. Las verdaderas amigas pueden hacer eso, y no siempre será de las formas que esperas. Pero confía en ellas, y te levantarán y te ayudarán a superar. Tendrás que trabajar por tu cuenta, pero estarán allí a tu lado. Y así Katie y yo seguimos adelante, y la vida se volvió más manejable de nuevo. Siempre he creído que la amistad es tan valiosa, enriquecedora, compleja y duradera como cualquier otro tipo de amor , pero no lo había visto en acción hasta este punto. No es incondicional. Hay un acuerdo involucrado: es como el matrimonio en ese sentido. Puede haber perdón, pero debe haber límites, establecidos y reajustados, para que ese perdón tenga algún significado.