Kate Winslet baja del carruaje antiguo interpretando a Rose en Titanic, aquella cinta de 1997 que ganó 11 de sus 14 nominaciones al Óscar. Tenía ocho años cuando vi esa mirada de la actriz británica debajo del amplio sombrero de época y descubrí el magnetismo de las mujeres en la pantalla. Suelo bromear con la idea de que ese filme contribuyó a cimentar las bases de mi cultura pop homosexual. Fuera de toda broma, es cierto que ver a las actrices interpretar a los personajes más disímiles ha sido la clave de mi pasión por el séptimo arte.
Algo similar ocurría cuando los ojos de María Félix, captados por Gabriel Figueroa, inundaban la pantalla de la vieja televisión en la sala de la casa de mis padres. Otra mirada imán que me hizo quedarme ahí sentado en el piso viendo Enamorada, de El Indio Fernández.
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Mexican actress Maria Felix (1914 - 2002) on board the SS Queen Elizabeth at Southampton, en route for the US, 18th March 1949. (Photo by Keystone/Hulton Archive/Getty Images)(Keystone/Getty Images)
Desde que el cine ha cumplido su función de contar historias, la presencia de las mujeres ha sido vital. Incluso más de lo que por poco más de un siglo se ha querido aceptar. Dentro y fuera de las pantallas. Ahí tenemos el ejemplo deLe Voyage dans la Lune, de George Méliès, el mítico cortometraje de cerca de 15 minutos en el que seis exploradores viajan en una cápsula espacial de la tierra a la luna. Si uno pone bastante atención en estas imágenes de ciencia ficción en blanco y negro, vemos a verdaderas acrobatas haciendo toda clase de suertes y personajes lunáticos. Destaca la presencia de Jeanne d’Alcy, quien fue musa y segunda esposa del director y a quien se le considera como la primera estrella del cine. Su nombre aparece en una decena de filmes realizados a finales del siglo XIX y a principios del XX, mucho antes de que el concepto que hoy tenemos de cine y películas se configurara.
Las actrices y la fantasía que construyen dentro y fuera de la pantalla son la clave de una industria; han cimentado simbólica y fácticamente ese monstruo de industria, pero las mujeres en la pantalla también han creado, establecido y reproducido arquetipos sociales funcionales que, en algunos casos, han servido como propaganda y como herramientas de buena o mala conducta y, en otros, como detonante de múltiples conversaciones y transformaciones sociales.
Durante los primeros años del siglo XX, el Motion Picture Production Code, mejor conocido como “código Hays”, regulaba qué podía mostrarse y qué no en las producciones cinematográficas estadounidenses. Como todo buen mecanismo de censura tuvo mayor saña con las mujeres.
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Las mujeres en las películas regidas por este marco debían ser idílicas, llenas de ensoñación, románticas y, llegado el momento, buenas esposas y amas de casa. Si de alguna manera algún personaje se salía de esta norma, debía sufrir altas consecuencias por sus actos.
Cuando la Segunda Guerra Mundial terminó, los roles se habían trastocado. La ausencia de los hombres que habían peleado en el frente había generado nuevas formas de habitar la figura femenina —trabajan, son independientes— y esas transformaciones comienzan a verse poco a poco en las pantallas. Los mejores años de nuestra vida del cineasta William Wyler es un claro y detallado ejemplo de ello.
Cuando en 2023 Jodie Foster visitó el Festival Internacional de Cine de Morelia, una joven del público se levantó entre la audiencia para decirle que ver El silencio de los inocentes, donde Foster interpreta a Clarice Starling, una agente novata con mucha determinación que se enfrenta a sus propios demonios para ganarse la confianza del asesino serial Lecter para que le ayude en sus investigaciones, había cambiado su vida al grado de decidir estudiar criminología y convertirse en una detective.
El silencio de los incocentes(Shutterstock)
Dicho así, con esa simpleza, poca cosa parece. Pero que una profesión generalmente asociada a los hombres y para la cual “se necesita la fuerza y la maña de ellos”, despierte el interés de las jóvenes a través de un personaje en la pantalla, nos habla del alcance de las narrativas.
Los años han pasado y lo que ocurre en la sociedad alcanza a lo que vemos en el cine. Cuando en 1990 se estrenó Mujer bonita, protagonizada por la gran Julia Roberts, cejas se levantaron al saber que una prostituta era la protagonista de una comedia romántica; otros más se concentraron en la sexualización del personaje y en elevar a la actriz a la categoría de Femme Fatale, otro arquetipo bastante funcional y reduccionista.
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Difícil es no pensar en esta cinta mientras desde la butaca apreciamos la extraordinaria Anora , cuya trama resulta similar: una sexoservidora y bailarina exótica que encuentra en un hombre adinerado el acceso a un sueño. Pero a esta cinta de Sean Baker, que se perfila a ser una de las más relevantes de este año, le ha caído el velo de la actualidad; el personaje es un nudo complejo de emociones, sensaciones y conflictos que más que hacernos verla como una simple mujer fatal o de señalar por su profesión, nos lleva a la primigenia idea de ser empáticos y a identificarnos con su desesperación y desilusión, aunque poco nos una a ella. Las mujeres en la pantalla me han cautivado desde siempre, pero hasta hace no mucho es que empecé a pensar en el papel que han tenido en mi vida y en la vida de cuantos las vemos sentados con un balde de palomitas en las piernas cuando somos espectadores.
Mikey Madison en Anora(IMDb)
Nada me ha hecho más sentido con esto en los últimos años queLa Sustancia , esa tremenda película de Coralie Fargeat que nos ha regalado la inmensa presencia de Demi Moore en una historia prácticamente metanarrativa en la que una actriz y presentadora de televisión pierde su valor en cuanto se desvanece el don de la juventud. Eso lo vivió en carne propia Moore. "Hace 30 años, un productor me dijo que era una 'actriz de películas palomeras', y en ese momento me hice a la idea de que no merecía este reconocimiento”, su contundente discurso en los Golden Globes nos deja saber que la vida y las historias que vemos en la pantalla están profundamente conectadas.