El cansancio nunca se desvaneció, comencé a tener problemas para dormir que nunca antes había experimentado, mi humor cambió y mi paciencia prácticamente desapareció.
Quería volver a tener mis rutinas como si nada me hubiera pasado, levantarme temprano, pasear a mi perro, hacer yoga, preparar mi desayuno, trabajar, hacer planes como si nada… pero la realidad fue que me sentía (y aun me siento) cansada todo el día, todos los días.
Sin importar si dormía bien, o si decidía no tener un solo plan en todo el fin de semana, aun así despertaba con pocos ánimos y una pesadez que no entendía por qué.
Decidí hablarlo en terapia y mi psicóloga me explicó que son algunas de las secuelas que se ven después del Covid, aún a un muy largo plazo (googlea long-covid), la afectación al sueño, la fatiga extrema, la ansiedad y depresión. Desde ese día (más a la fuerza que otra cosa) tuve que parar, darle a mi cuerpo el descanso que me pedía y dejar de autoexigirme ser alguien que ya no era.
Han pasado 2 años desde que tuvimos que guardarnos en nuestras casas y aislarnos de las actividades diarias, de la rutina social, de la convivencia con los nuestros. Y yo ilusamente pensaba que podría recuperar mi vida pre-pandemia como si nada me hubiera pasado. Me costaba reconocer que esta enfermedad causó estragos en mi salud y condición física.