Desde casa, en las calles, con pañuelos verdes en alto, mujeres de todas las edades, organizadas, estamos cambiando la historia JUNTAS. Aunque todavía queda mucho camino por recorrer. Día tras día escuchamos historias terribles en torno al aborto: mujeres que van presas por renunciar a ser madres, crímenes a manos de pseudodoctores, consultorios clandestinos y situaciones que bordean el terror.
Cuando tenía diecisiete años mi mejor amiga y su entonces novio “metieron la pata”, como si fuera el error más grande de sus vidas y no tuviera solución. Éramos un“grupito” de cinco amigas, en cuanto nos enteramos, tres de ellas nos dejaron de hablar y corrieron a contarle a la escuela entera. Horas más tarde toda la prepa hablaba del embarazo no deseado de Inés. Intrigdos por la sexualidad de su compañera y el posible fatal desenlace, cuchicheaban sin parar, en vez de guardar silencio. Inés y yo estábamos sumamente preocupadas por saber qué íbamos hacer con ese bebé. El novio ya no respondía los “bipazos” y nosotras habíamos asumido la responsabilidad por completo. Hicimos cuentas, consultamos a mi prima, a mis vecinas dos años más grandes (igual de desinformadas que nosotras) hasta concluir que interrumpir el embarazo sin la ayuda de nuestras mamás era IMPENSABLE. No teníamos los recursos económicos, el aborto era ilegal y no era seguro. Inés pertenecía a una familia ultracatólica y no se atrevía a ir sola; para entonces la batalla era de ambas. Bajo un aguacero de lágrimas, enojo, decepción y dudas hubo un abrazo que no olvidaré. Entendimos que JUNTAS encontraríamos la solución. Antes de que el director llamara a nuestros progenitores, hablamos con nuestras mamás. Fueron días muy tristes.