En febrero de 1970, Janis Joplin viajó a Río de Janeiro intentando desengancharse del alcohol y la heroína. Brasil le dio el carnaval y a David Niehaus, el hombre al que se aferró por tres días mientras luchaba con el síndrome de abstinencia y de quien se enamoró impacientemente. Después de algunos meses de romance, Niehaus se negó a seguir con la relación en tanto Janis no lograra superar sus problemas de adicción. Él se fue a viajar por el mundo y ella volvió a Los Ángeles para producir su cuarto álbum, Pearl. Pero Joplin lo extrañaba. “Querida familia. Las cosas pintan muy bien. Tengo una nueva banda y conocí a un hombre en Río. Yo tenía que volver al trabajo, así que él se ha ido de viaje. Pero me quiere de verdad (…) Quiere casarse conmigo. Jamás creí que alguien me lo pediría”, decía en una de sus cartas, revelada el documental Janis: Little blue girl. El 4 de octubre de ese mismo año, el cuerpo de Janis fue encontrado sin vida en el Landmark Motor Hotel tras una sobredosis. La mañana siguiente a su muerte, llegó un telegrama de David. “Te echo mucho de menos. Las cosas no son iguales cuando estás solo (…) Te quiero cariño, más de lo que sabes”. Hace cuatro décadas los mensajes aún tenían cuerpo estilográfico y se aferraban a la porosidad del papel. La gente esperaba por palabras de amor y respetaba el tiempo que éstas tardaran en llegar, aunque a veces tardaran demasiado. Hoy el amor se ve diferente. Se mueve a otro ritmo. Avanza apresurado. Torpe. Abriéndose paso a empujones y tropiezos. Se hace presente con desesperados tintineos que avisan de notificaciones en tus redes sociales, al hacer vibrar en tu celular sobre la mesa para anunciar un mensaje en Whatsapp o lanzando destellos de la tablet al fondo de tu bolsa tras un nuevo like. Y ya no hay espera. La mayoría revisa su celular entre 80 y 130 veces al día, según cifras de Apple, para consultar noticias, revisar su correo, utilizar distintos chats y, por supuesto, sentir amor. El romance y la erotización se alojaron también en la cultura digital con su propio lenguaje. Recibir un emoticon con corazones en vez de ojos comienza el goteo interno de oxitocina e intercambiar nudes puede llevarnos al orgasmo. Pero así como el galanteo y los arrumacos cambiaron de formato, los celos y el acoso reclamaron por igual su espacio en la banda ancha. “Las redes sociales potencian lo que ya existe en el script romántico, basado en los celos y el control, en la idea de ´esa persona es todo para mí y yo todo para él/ella´. Lidiamos con emociones preexistentes, lo que hace la lógica de internet es enfatizarlas. Su inmediatez, por ejemplo, provoca que se experimente más ansiedad porque sabemos que no se necesita una espera tan larga por el contacto del otro. Las emociones vienen con una intensidad mucho más virulenta”, dice Mariana Palumbo, socióloga de la Universidad de Buenos Aires y colaboradora del estudio Me clavó el visto: cómo las nuevas tecnologías pueden generar control y violencia o potenciar el amor. La atención del otro en forma de clicks ya no son guiños espontáneos, sino gestos que se exigen en las actuales relaciones. Saber el momento de “la última conexión” del ser amado despierta la imaginación, de un modo perversamente grato, para crear elaboradas teorías que justifiquen el porqué no hay una respuesta al: “Hola amor, ¿cómo va tu día?”; mientras que “dejar en visto” (aquél fenómeno de leer un mensaje y no responderlo) puede desatar rabietas más grandes que las que, cuentan, montaba la reina Juana I de Castilla –conocida como “Juana la loca”- a su esposo, el rey Felipe. Y los desaires, aún teniendo una vida tan breve en el mundo digital, se pagan a un alto precio. El llamado sex revenge es producto de esta nueva dinámica. Parejas que pasan por una buena etapa de la relación y deciden probar suerte con el intercambio de fotos, pero ¿qué pasa cuando a esto se suman unos cuantos megahertz? “Me peleo contigo y, como venganza, publico todo en las redes sociales. No es una fotografía impresa que recuperas y listo. Aquí, una vez que está en la red, la imagen se multiplica por millones”, explica Mariana. El vómito desmesurado de información en línea y la velocidad con que se escurre, hoy permea casi cualquier interacción social, incluso, antes de conocer face to face al otro. Para la primera cita, muchos visitan las diferentes cuentas en Facebook, Twitter, Instagram y Linkedin del candidato asegurándose de no “perder el tiempo”. Ante la tecnología, la privacidad se convirtió en un concepto obsoleto, casi inexistente. Pero la mayoría confirma aceptar estos términos y condiciones. Porque hacerse un exiliado del universo online es una alternativa poco real y porque nadie quiere renunciar a las nuevas posibilidades. Mantener contacto, viviendo en continentes distintos o “encontrar el amor” en alguien que no reside en la misma cuidad son situaciones que estarían destinadas al fracaso sin la llegada del internet. Existe una tendencia muy fuerte a demonizar a las redes sociales, explica Palumbo, pero el verdadero problema son los celos indigeribles, el romanticismo, la idea de amor que concebimos desde niños, lo que aprendimos en la televisión, lo que nos explican en casa, la falta de leyes de educación sexual. El verdadero problema es lo otro y no lo virtual.
¿Por qué las redes sociales pueden destruir parejas?
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jue 08 febrero 2018 04:51 PM
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