
Su talento era saber contar historias de la misma manera que hace un escritor, pero en lugar de palabras, lo hacía con objetos que incluían bolsas de piel, mascadas de seda, piezas de joyería y otros accesorios de la marca de lujo, combinados con obras de arte como pinturas y esculturas de artistas que ella misma invitaba a colaborar y a quienes les comisionaba las piezas.

Diseñar un display era la oportunidad de crear un pequeño universo que podía ser un jardín, un desierto o el fondo del mar, pero sobre todo, eran escenas con las que buscaba provocar una reacción y echar a andar la imaginación de quien pasara por la calle y volteara a ver, aunque fuera de reojo.

Cuatro veces al año revelaba un nuevo escenario que correspondía a una de las cuatro estaciones, y aunque fueran montajes efímeros que quedaron grabados en pocas fotografías –y en la memoria de muchos–, algunos fueron recreados para la exposición Hermès Takes Flight: The Worlds of Leïla Menchari en el Grand Palais (2017) o pueden verse en el libro de la novelista francesa Michel Tournier, The Queen of Enchantment.
