Valdir Bündchen y Vânia Nonnenmacher, una pareja de guapos con ascendencia alemana, no imaginaron que una de sus seis hermosas hijas iba a ser reconocida en todo el planeta precisamente por su belleza y menos, quizá, que iba a ser millonaria. La que estaba llamada a ello era Gisele Caroline, la hermana sándwich (junto a su gemela, Patricia), del clan Bündchen, quien nació hace ya 38 años en Rio Grande do Sul, Brasil. El lugar donde un día, a sus 13 años mientras comía una hamburguesa, fue descubierta por un cazatalentos del modelaje. Gisele no tenía un buen concepto sobre esta carrera y no le interesaba, sin embargo aceptó participar en un concurso, que ganó. Y tras este vinieron otros en los que su madera de modelo comenzaba a aflorar y por lo mismo empezó a destacar hasta que se rindió al destino e hizo maletas para viajar a Nueva York. Tenía sólo 16 años. Al poco tiempo, en ese 1996, hizo sus primeros desfiles para Carolina Herrera y Oscar de la Renta. Y todo despegó de forma tan intensa que en 1997 ya era una top model con desfiles para Dolce & Gabbana y Versace, en Europa. Alcanzó la mayoría de edad con contratos para ser la estrella de campañas de Missoni, Chloé, Gianfranco Ferrè, Ralph Lauren, Versace y más. Protagonizó la portada de Vogue París. Empezó a ser musa para gigantes como Valentino. Sin escándalos, ni intensidades (los medios refieren que mantenía buena actitud y humor durante las pesadas jornadas de pasarela), Gisele se consolidaba con la entrada del nuevo siglo. Cómo iba a ser de otra manera si, además, era novia de Leonardo DiCaprio, el soltero más codiciado de Hollywood y, para rematar, duró con él cinco años. Lo mejor fue que cuando terminaron (2005) ella no necesitó ser su pareja para ser una top celebrity por sí misma. En efecto, el siglo XX ha sido para Gisele. Sus desfiles para Victoria’s Secret desde el año 2000 comenzaron a ser legendarios, esperados, cotizados, deseados aún más por las modelos. Los contratos con firmas prestigiadísimas siguieron llegando. Creó su línea de flip-flops, Ipanema; por su puesto que iba a hacer referencia a la playa más icónica de su país. Solo le faltaba algo: el cine. No es una actriz estrella de Hollywood pero tuvo su momentos cinematográficos con un cameo en el filme Taxi (1994) y una actuación breve en la famosísima Devil Wears Prada, de 2006.
Aunque pensándolo mejor sí le hacía falta algo más a Gisele. Algo más trascendente que la pasarela, el dinero y el glamour. Le faltaba el amor. Al parecer el truene con Leo se debió a la insistencia de ella en casarse (después de cinco años de relación cómo no). Pero el eterno soltero evidentemente no cedió. Su etapa sin novio terminó en 2008: a la gala de Met de ese año llegó a acompañada nada menos que por Tom Brady, el exitosísimo, millonario y guapísimo mariscal de campo de los New England Patriots. Así, ni cómo acordarse de Leo DiCaprio. Al año siguiente sucedió la boda y unos meses después la maravillosa cereza del pastel, el nacimiento de su hijo, Benjamin Rein. Tres años después, en 2012, se convirtió en mamá de Vivian Lake. Desde 2015 decidió dedicarse más a su hermosa (literal) familia, y la única manera de hacerlo era dejando definitivamente el ajetreo de las pasarelas. Sin embargo no es el fin, la top model emblema de Brasil sigue en activo en campañas, presentaciones (como en los Juegos Olímpicos de su país en 2016) y hoy la gente paga mucho por estar cerca de ella. Así sucedió apenas ayer viernes, cuando una pareja desembolsó aproximadamente 11 mil dólares por convivir un día con ella. La causa la puso su paisano Neymar, se trataba de llevar fondos a su fundación benéfica. Así transcurre la vida perfecta de Gisele.