“Si os quedáis, yo prometo entreteneros contando la historia de mi vida”, promete La Augusta en Todo sobre mi madre (Almodóvar, 1999) para después recitar un monólogo de auto-transformación que concluye diciendo: “cuesta mucho ser auténtica, señora, y en estas cosas no hay que ser rácana, porque una es más auténtica cuanto más se parece a lo que ha soñado de sí misma”. Ese camino hacia la autenticidad, está pavimentado por la moda y por el abanico de oportunidades que ésta representa para la autoexpresión. Esta cualidad es el común denominador de las mujeres que hoy poseen el atributo de íconos. Coco Chanel la encontró en el rechazo a la norma hasta convertirlo en canon; Loulou de la Falaise conquistó con su libertad el espíritu creativo de Yves Saint Laurent; Bianca Jagger lo hizo a través de la rebeldía para dar voz a causas humanitarias e incluso Simone de Beauvoir, con su desenfado casi premeditado al vestir, terminó –aún sin buscarlo- ligando su nombre al de la moda por siempre.
Betty Catroux, Yves Saint Laurent y Loulou de la Falaise (Getty Images)
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