Ya sé, ya sé, antro en pandemia. Todo mal. Pero debo decir que nada de lo ocurrido estuvo en mis planes y que por alguna razón el semáforo está en verde. Fue una noche de esas sin plan, sin expectativas y que simplemente la cosa (o el alcohol) fluye. Después de meses de encierro, sin conciertos, sin fiestas, sin bailar desinhibidamente entre decenas de extraños, de lo que más extrañaba era justo eso, ir a un antro y bailarme los discos enteros de Bad Bunny, de Dua Lipa y tantas canciones de reggaetón que no pudimos disfrutar en el goce del tumulto gracias a la cuarentena.
Nunca pudimos bailar 'Dákiti' o 'La Noche de Anoche' en el antro y qué dolor. La sala o el jardín de un amigo nunca reemplazará la oscuridad, el sonido, la fiesta y la emoción de ir a un antro y eso, desinhibirte. Aunque desde antes de la pandemia ya no eras fan del antro, no puedes negarme que no deseaste ni un poquito de esto cuando estabas encerrado. Así un sábado por la noche los caminos de la vida en la CDMX me llevaron a descubrir que un antro en el poniente de la ciudad está abierto y dirás "qué paz que ya hay antros", "normalidad", pero no, después del hype me di cuenta de que no los extrañé.