Lo que más se extraña (ba) del antro, más que el antro per se, es la idea de que la noche es un mundo de posibilidades. No saber qué depara, que todo fluye, que si pre copeo aquí, termino con amigos, o nuevos amigos, en un after del que no tenía idea que existía. Se extraña conocer personas espontáneamente, no en Bumble, con el coqueteo frente a frente, el bailecito, el drink que no sabes si te dejará en la lona o te ayudará a sacar tus mejores pasos.

¿Qué pasará? No lo sé, misterio del bueno, pero siempre lista para el plan que salga. Eso es lo que se extraña de las noches por allá en el 2019. Tantas expectativas. Para bien o para mal, me enfrenté a ellas porque era una noche "tranqui". Y parece que cuando dices "plan tranqui" invocas la maldición gitana. Empezó temprano con unos mezcales en un restaurante de la CDMX con amigas y amigos que, algunos de ellos, estaban de visita. Venían del extranjero y con el mood de que todo escale rápidamente. Y así fue.
Entre tequila, mezcal y los cables bien cruzados, alguien propuso seguirla en un antro al poniente de la ciudad. Yo ni sabía que estaba abierto, pero supongo que ¿semáforo verde? Nos aseguró que ya teníamos mesa porque como sabes, aquí no puedes llegar a la cadena sin nada porque te harán pasar un muy mal rato. Dicho y hecho. Llegamos en grupo con "el contacto", pero estando ahí, ya sabes cómo se pone el cadenero. Tiene que hacerla de emoción para “cotizarse”.