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Peggy Guggenheim, la mujer que se dedicó a impulsar el arte moderno

Cuarenta años después de su muerte seguimos hablando de ella como coleccionista, mecenas y galerista.
mar 08 septiembre 2020 02:28 PM
Peggy Guggenheim / Getty

Peggy Guggenheim es de esos personajes de los que ya se ha dicho tanto que es difícil decir más. Se han publicado libros de su vida, se han hecho documentales (el de Peggy Guggenheim: Art Addict, de Lisa Immordino Vreeland, la retrata perfectamente), ella misma publicó sus memorias, Confesiones de una adicta al arte, en las que revela íntimos detalles de su vida personal y hasta hoy, se siguen realizando exposiciones que honran sus aportaciones al arte moderno como coleccionista, mecenas y galerista.

Con su forma de ser, su manera tan distinta de ver las cosas y su carácter insolente –ese que hace diferentes a quienes tienen el poder de generar cambios– Peggy se abrió un lugar en el arte. Tenía una intuición natural para diferenciar el bueno del malo, y en pocas palabras, hizo de ese don su oficio. Sin ninguna educación formal, pero con Londres y París como maestras, en 1942 abrió The Art of This Century en Nueva York. Y en ese espacio empezó a hacer lo que hoy conocemos como instalaciones, muchas incluso más atractivas que las de los museos de la época.

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Para entonces Peggy ya había vivido veinte años en Europa. Después de que su padre muriera en el Titanic, Marguerite –su verdadero nombre– heredó más de treinta millones de dólares, con los que empezó a cumplir sus caprichos artísticos. Tal vez lo tenía en la sangre por haber nacido en una familia de magnates –era sobrina del gran coleccionista y filántropo Solomon Guggenheim– pero fue ella quien no quiso conformarse con lo que el destino le tenía preparado. Decidió que no quería la vida burguesa y predecible que le esperaba en su ciudad y círculo social, por lo que cambió Nueva York por París, en donde se quedó más de veinte años. Podemos huir de un lugar, pero no de lo que somos. Peggy llegó a Francia para sumergirse en la revolución artística de sus barrios y así conoció a personajes como Wassily Kandinsky y Marcel Duchamp.

Para su primera galería Guggenheim-Jeune escogió Londres, la ciudad en la que en 1938 inauguró con un disruptivo show de desnudos de Jean Cocteau, y aunque solo estuvo abierta poco más de un año, fue el inicio de lo que lograría más adelante. En esos años se ganó su apodo de adicta al arte. Se propuso comprar un cuadro al día y formó una colección confiando en los artistas de las vanguardias en un momento en el que nadie lo hacía, hasta que la guerra la obligó a regresar a Estados Unidos. Es conocida la anécdota de haberle pedido al museo de Louvre que guardara sus obras y haber recibido como respuesta que no eran “lo suficientemente valiosas”. Pero Peggy se las arregló para trasladar en barco de un continente a otro piezas que si ella no hubiera rescatado, tal vez no hubieran sobrevivido.

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Se habla de Peggy y dos cosas siempre sobresalen: su nariz y su dinero. Esta mujer que tenía una belleza diferente, y de la que existen impresionantes retratos como los de Man Ray, nunca entró en los parámetros de la belleza convencional. Ella misma se sentía poco atractiva y pensaba que la gente solo la quería por su dinero. Fue señalada la oveja negra de la familia y criticada por acostarse con todos los artistas y escritores que quería (dicen que así como coleccionaba obras, también coleccionaba hombres).

Pero también era una rebelde, le importaba poco lo que los demás pensaran y en su actitud unapologetic encontró la fuerza para luchar contra los convencionalismos de la época –los prejuicios machistas y el lugar de las mujeres en la sociedad–, exaltar todo lo que tocaba y convertirse en un personaje único en el mundo del arte que usaba aretes diseñados por Tanguy y Calder, que posaba para Man Ray, que escogió Venecia para pasar sus últimos años y que siempre recordaremos por sus enormes lentes de mariposa y sus inseparables perros lhasa apso.

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Museo de Arte Moderno Peggy Guggenheim

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