Lo importante en realidad es que las películas sean vistas. Que se cree un vínculo entre el cineasta y el espectador, sin importar si ésta se disfruta en la butaca de un cine o en el sillón de una casa.
Esto lo tiene muy claro Alfonso Cuarón. El cineasta mexicano conquistó con Roma —filme intimista sobre su infancia— el León de Oro en el Festival de Venecia en septiembre. Pero más allá de las decenas de críticas que le dan el adjetivo de obra maestra a su película y los premios que seguro seguirá acumulando, porque la cinta está nominada a tres Globos de Oro y suena como la candidata a vencer en el Oscar, Roma es una cinta paradigmática.
Lo que Cuarón ha hecho con el formato de distribución de esta película es un evento sísmico a nivel industria porque él decidió que fuera distribuida de manera masiva por Netflix; sólo se proyectó en selectas salas de cine, para así poder ser considerada a la contienda al Oscar y satisfacer a cinéfilos.
Esta decisión, en la que Cuarón apuesta por la masividad sin importar que algunos vean su película en una pantalla de teléfono, es un mensaje de tolerancia hacia los puristas de la industria (que creen que las películas solamente deben ser vistas en pantalla grande), lo es también para la Academia y, sobre todo, para el Festival de Cannes, que decidió no incluir ninguna película producida por una plataforma de streaming en su pasada edición de mayo. También fue un guiño para cineastas que se niegan a evolucionar, como Christopher Nolan, quien dijo que jamás trabajaría con Netflix (aunque luego se retractó) o Quentin Tarantino, quien pronto se retirará, pues dice que detesta la era de digitalización del cine por sobre el celuloide.
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Los tiempos entre verla en una pantalla grande y una chica, se acortaran, sin duda. Es un momento paradigmático que servirá para la depuración, pues —seamos honestos— gran parte de la cartelera de cine está secuestrada por películas de dudosa calidad, con manufactura de sitcom, que bien podrían ser vistas en la pantalla de un teléfono o desde una televisión.
Roma es la constatación de que el séptimo arte, en la expresión más pura de la palabra, estará más cerca de todos. A un clic de distancia. El costo de esto, sin embargo, será sacrificar la experiencia cinematográfica, ese momento en el que se apagan las luces y el espectador se involucra por completo emocionalmente. Sería triste que en el clímax de la película de Cuarón —cuando Cleo entra al mar— la tensión que creó el director con esa escena sea interrumpida por las notificaciones de redes sociales o cualquier factor externo. El cine de autor exige compromiso por parte de quien ve la película para que cumpla su cometido.
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Es una fase de ajuste y estos dos sistemas no necesariamente tienen que canibalizarse, es posible que se retroalimenten.