Desde niña, recuerdo que tenia 12 años, empezó mi miedo a envejecer, el tema de que en algún momento podría no verme o hacer lo que quisiera me da vueltas en la cabeza cada vez que lo pienso. Vengo de una generación en la que nuestros padres solo nos enseñaban a curar enfermedades, a usar crema hasta que tengas arrugas, porque “para qué usar algo si aún no tienes el problema”. Esta creencia de la cero prevención es lo que nos ha llevado a recurrir a procedimientos de miedo que te aseguran milagros, cuando en realidad solo te venden la ilusión de aquella juventud que tuviste y no aprovechaste.
Un día común y corriente ese miedo regreso a mi vida, tomándome una selfie me di cuenta de eso que siempre ignoré pero que sabía que llegría: ¡una arruga! Tengo 28 años, entonces tal vez exagero cuando digo “arruga” cuando simplemente era una línea de expresión pero en mi mente era inminente lo que significaba, que de ahora en adelante tendría que cuidar mi cara para alejar la vejez lo máximo posible.